No me llevó mucho tiempo el darme cuenta de que lo que tenía encima de mí era lo que quedaba de la cabeza de Tajdel. Ensangrentado, por suerte, solo tenía un leve dolor en la cabeza. En el momento del impacto, justo antes del disparo y de chocar, debió de alcanzarme al vuelo y tratar de regresar al techo. Al menos hasta que la bala detuvo su ascenso.
La oscuridad me hacía imaginarme seres que se separaban de las paredes y andaban hacia mí, listos para descuartizarme entre jaloneos y risotadas. No imaginaba que otra forma de control podía tener el que yacía a mis pies. Recé un poco, hasta que me tranquilicé y pude dirigirme hasta el cuerpo de Letzinger.
La poca luz que aún estaba encendida me ocultó lo peor que quedaba del otrora compañero. Busqué entre sus ropas algunos proyectiles que me ayudarán a darle fin a la amenaza que estaba en su hogar, encontrando en el interior de uno de sus bolsillos una carta sellada y con solo las letras AvS en el sobre. La tomé, al igual que cinco balas más que se había guardado en los bolsillos del pantalón. Por un momento deseé que el siguiera vivo para que me ayudara, pero a la luz de las circunstancias, lo mejor que le pudo haber ocurrido era haber muerto dos veces en la misma noche. Me dirigí a la pila bautismal para meter las balas en el interior de la sagrada agua; luego las saqué para llenar el arma, y guardé las sobrantes. Fue entonces que los vitrales se destrozaron, cayendo los vidrios entre las filas de sillas de madera, haciendo un estruendo al chocar contra el piso. Pensé que había sido el viento lo que las había hecho saltar en pedazos. Que equivocado estaba.
Antes de darme cuenta, estaba de nuevo tirado en el suelo, a las afueras de la enorme arquitectura religiosa. Me levanté gracias al apoyo que una cruz con un círculo en su intersección me proporcionó. Por la poca luz que podían captar mis ojos, pude dar cuenta de mi situación; a las espaldas estaba la iglesia y al frente más cruces desperdigadas y mausoleos grises, el cementerio era el lugar en el que me encontraba ahora. Corrí hacia la pared de la iglesia para protegerme mientras amartillaba el arma. A través de la visión periférica vi algunos árboles con sus ramas en poses que recordaban a enormes picas. Ya con la pared contra la espalda, puse el arma agarrada en mi pecho y aguardé a que hiciera acto de presencia lo que me había sacado de la oscuridad interna hacia la oscuridad externa. Repté a lo largo de mi protección trasera, con el viento soplando las gotas de sudor que comenzaban a descender por mi rostro.
“Arriba” voltee al oír la orden de la voz suave de nuevo, esa voz que se convirtió en mi guía a partir de esa noche. Noté un enorme bulto que desprendía una suave luz blanca, pegado en la construcción, bajaba caminando. Fue por las piernas que aparecían a cada momento que se acercaba que pude ver que era una mujer pálida la que estaba sobre mí. Era tal su caminar que quedé cautivado ante los movimientos sinuosos que dejaban ver la ropa, un camisón hecho jirones en algunas partes pero aun así completo y ajustado a la figura, y el cabello largo danzando a la par del soplo inanimado. Cabello largo ondulado.
Saltó para estar en frente de mí, grácil y sonriente. Se pegó a mi cuerpo, sentí la frialdad de su cuerpo y la suavidad de su carne y un toque de firmeza. Despedía un aroma dulce y nauseabundo tan hipnótico…
-Fuimos dos incestuosos que practicaron el pecado desde el vientre, haciendo explotar a nuestra madre para satisfacer ese mórbido deseo… - aspiró por la boca y exhaló más esencia embriagadora –no creo que te des una idea de lo que eso significa. Vivir por la pasión más desenfrenada que uno pueda realizar y poder sentir a través del cuerpo, recorriéndote en un éxtasis tan enloquecedor como glorioso. Tan solo de pensarlo puedo casi volverlo a sentir penetrar hasta lo más profundo de mí ¿Estará tibio aún el cuerpo de Tajdel? ¿Qué me dices, Alhemdeit?-
La cabeza me daba vueltas, y el miedo no hacía otra cosa más que alterar mis sentidos. No estaba cansado, pero el cuerpo no me respondía como hubiera querido. Mi mano derecha se levantó hasta tocar su cintura; menuda y fría, la posee por debajo de la tela rota y moví mis dedos lenta y suavemente, tiré el arma e hice lo mismo con la otra mano –Oh… mmm… me halagas mucho, quizá podamos divertirnos un poco antes de que fenezcas- acortó la distancia restante y estuvo tan cerca de mí que pude notar los pliegues de sus labios. Hizo el intento por besarme, pero prefirió quedarse tan cerca como le fue posible. Su mano estaba fuera de mi visión, se movía y recorría mi pierna por la parte interna. –Estabas amarrada, famélica y débil- dije cuando recobré un poco de mi propiocepción y la luz que creí que despedía era una alucinación.
–Ah…- alzó su brazo posándolo en su seno y me mostró la ensangrentada muñeca– un pequeño daño que se puede arreglar con persistencia. Me dejó estas heridas, pero no sangran mucho- sonrío y vi como la sangre le rezumaba cuando se la mordió –solo disloque los huesos de mis manos y pies. Las heridas fueron intencionales- recorrió mi pecho, dejando su maldita sangre en la camisa, la rompió y me acarició con su fría mano.
-¿Qué… qué hacías en el mausoleo cuando te persiguió Letzinger?-
-¿No era obvio? Te acabo de dar la respuesta… Era un lugar tan excitante, con los cadáveres de esa familia como lugar de descanso y los cuerpos de los niños como suaves almohadas-.
-Debe de haber algo más… no puedes haber sido tan pudiente, eres un monstruo ¿qué pasó cuando saliste de ahí?-
-Oh… un monstruo ¿en serio?- y los brazos se engancharon a mi cuello, mirándome con un destello en los ojos – tu eres algo peor que yo, puedo verlo en tus ojos brillantes. Esa insania dentro de ti, quiere salir y no la dejas. Tontos preceptos los que tienes por estandarte… Bueno… Sabía que él estaba ahí, así que solo actué para asustarlo. Su cara me dio tanta risa cuando me tuvo entre sus brazos y creyó que moriría entre agonías impensables-.
Me besó, primero rozando los labios y moviendo la cabeza de un lado a otro, y después abriendo mi boca con su lengua seca. La sensación de esa inusual danza me hizo sentirme indefenso, sin tener una idea de cómo responderle. Antes de que pudiera hacer algo se despegó con la boca ensalivada –Vaya que eres un idiota… un idiota delicioso- me recostó en el musgo de la tumba sobre la cual estábamos parados. Tomó mis manos y me hizo recorrerla con ellas, se llevó la mano derecha a la boca y lamio mis dedos. Luego los soltó y posó mis manos en sus pechos. Agarró mi revólver.
-Mira esto, un arma humana. Tan simple y tan atronadora e innecesaria- se la colocó en la sien, imitó el sonido de la explosión y el posterior movimiento de la inercia por la bala impactándose en su cráneo. Y luego rio.
-Vamos, mentiroso. Pudiste engañar a Milnid, porque era una estúpida, pero no puedes mentirme a mí. Ese aroma en tu sangre no es consanguíneo…- aspiró fuertemente –dejemos eso para después, solo quiero divertirme contigo-.
-No…-
-Shh… no tienes fuerza de voluntad. Ni siquiera existe la voluntad, solo el hedonismo-
Algo tenía que hacer, no por sus palabras y el fallo en su pensamiento, sino porque sabía lo cerca que estaba la guadaña de mi cuello. Me agité, lo que pareció excitarle a Michelle por el roce de las ropas, la dermis y la sensibilidad que despertaba el acto. Mis manos, afianzadas a las suyas y tocando su suavidad, siendo guiadas por sus deseos. Estaba sintiendo la necesidad de seguirle el juego, de dejarme llevar hasta el éxtasis, volver a tocar sus labios carentes de vida, de… poseerla, de penetrarla tanto como quisiera. Me dejé llevar.
-¡Sí!- gritó de júbilo cuando acerqué las bocas e hice danzar las lenguas. Me desnudó, con una dulzura tan surrealista y tan inconsistente con lo que era. Era un monstruo con una labia enervante. Me dediqué a besarla, a recorrer su cuerpo tanto con las manos como con la nariz, con ese aroma viciado de dulzura muerta. Ahora fui yo quien la recosté a ella y la desnude, rompiendo los jirones de ropa por completo. La penetré, en tan frígido estado el suyo mientras en la cabeza tenía que luchar ante sus palabras. Me concentraba en buscar los errores de su pensar. Estaba luchando en cuerpo y mente, un todo contra otro de misma cualidad. Se volteó y se arqueó, su cabello caía en su espalda, unas hebras descendían a los costados con el movimiento de sus caderas impactando contra la mía. Seductora, mantenía una sagacidad de quien guía al ingenuo…
-¡Líbrate ya!- dijo con sorna entre exclamaciones y gemidos de placer –deja que los Feras observen a través de la tierra húmeda que impregnas ante el fin del acto-.
Me tensé, pude sentir como el cuerpo se abandonaba al mayor éxtasis jamás antes vivido. M e olvidé de preocuparme por los Feras, lo que sea que significara tan extraño mote. Exhalé ruidosamente por el esfuerzo que me llevaba el efectuar tan monótono movimiento. Desee seguir más allá de lo que mis músculos soportaban, descargar contra ella todo cuanto tuviera por dar. Morir si era posible al instante. Pero no, tan solo caí, fulminado por la situación.
-Para alguien que nunca tuvo algo así antes, he de decir que me deja bastante satisfecha- Uso su mano para seguir tocándome –Quizá pueda solo matar tu alma y usar tu cuerpo ya que parece tener una mayor utilidad de la que suponía-.
Mi antebrazo derecho chocó con algo cuando lo moví para colocarlo a mi costado. Lo agarré, un palo astillado, no muy quebradizo. Parecía ser resistente, con la ruptura irregular y aguda. “vive” recobré conciencia ante esa palabra susurrada en mi cabeza. Agarré la enorme vara con fuerza, creí que la llegaría a romper con el agarre.
-Ah…- suspiraba Michelle mientras sus manos seguían recorriendo su cuerpo desnudo y se detenía en la entrepierna – ¿Qué es el placer? Es morir, es desgarrarse sin llegar al momento del deceso, tan solo imaginar cuanta sangre puede un acto repetitivo dejar tras su paso, y lo mortal que puede ser cuando se sobrepasan los límites del cuerpo…- me acerqué a ella a sus espaldas, con mi mano armada oculta. Sus manos se movían en un frenesí indiferente, parecía solo hacerlo por costumbre más que por otra razón.
-Somos, soy… mejor dicho, soy quien escoge, quien elige su sendero y su forma de llevar esta vida, nadie más que yo es el dueño y el que sufre las consecuencias de mis actos, llevo la muerte desde la sangre expelida al momento del parto. Soy quien decide cuándo morir- le clavé con un movimiento rápido la vara astillada. Su grito retumbó en el eco de la noche. Las aves de un sauce enmohecido revolotearon, muriendo en el inicio del vuelo por la estridencia. Necesité tumbar a Michelle en el musgo, con la cara directamente contra la humedad vegetal. El grito no bajaba de intensidad. Penetré aún más la estaca, haciendo mella en la carne, más allá, hasta llegar al centro de su cuerpo, donde debí de tocar y destrozar el corazón. Digo que debí porque al momento de llegar tan profundo, mi arma se movió de un lado a otro a pesar de tenerla bien afianzada.
-¡Maldito cobarde!- gritó Michelle, y la tierra retumbó ante la sonoridad de sus palabras -¡Pero no decidirás cómo morir! ¡Eso es imposible para los de tu calaña! ¡Nuestro asqueroso alimento!- La última palabra se agudizo hasta volverse imperceptible.
Eché a correr antes de ver si de verdad estaba o no muerta finalmente.
A la mañana siguiente, las personas se santiguaban al ver un cadáver fuera de su tumba, con solo bazofia por órganos internos. Se culpó a Letzinger de tal blasfemia, a pesar de que su cuerpo había sido hallado dentro de la iglesia, junto con el del padre y cenizas rojas. Cuando pasé por ahí, pregunté por si el llamado “asesino de doble tiempo” tenía alguna relación con alguien vivo. Nadie me dijo nada, ni siquiera cuando les hice la sugerencia de que quizá estuviera comprometido o casado con alguien. Los pocos que me contestaron solo dijeron que él vivía solo y que nunca le habían conocido alguien a quien pretendiera.