jueves, 27 de noviembre de 2014

X

No me llevó mucho tiempo el darme cuenta de que lo que tenía encima de mí era lo que quedaba de la cabeza de Tajdel. Ensangrentado, por suerte, solo tenía un leve dolor en la cabeza. En el momento del impacto, justo antes del disparo y de chocar, debió de alcanzarme al vuelo y tratar de regresar al techo. Al menos hasta que la bala detuvo su ascenso.
La oscuridad me hacía imaginarme seres que se separaban de las paredes y andaban hacia mí, listos para descuartizarme entre jaloneos y risotadas. No imaginaba que otra forma de control podía tener el que yacía a mis pies. Recé un poco, hasta que me tranquilicé y pude dirigirme hasta el cuerpo de Letzinger.
La poca luz que aún estaba encendida me ocultó lo peor que quedaba del otrora compañero. Busqué entre sus ropas algunos proyectiles que me ayudarán a darle fin a la amenaza que estaba en su hogar, encontrando en el interior de uno de sus bolsillos una carta sellada y con solo las letras AvS en el sobre. La tomé, al igual que cinco balas más que se había guardado en los bolsillos del pantalón. Por un momento deseé que el siguiera vivo para que me ayudara, pero a la luz de las circunstancias, lo mejor que le pudo haber ocurrido era haber muerto dos veces en la misma noche. Me dirigí a la pila bautismal para meter las balas en el interior de la sagrada agua; luego las saqué para llenar el arma, y guardé las sobrantes. Fue entonces que los vitrales se destrozaron, cayendo los vidrios entre las filas de sillas de madera, haciendo un estruendo al chocar contra el piso. Pensé que había sido el viento lo que las había hecho saltar en pedazos. Que equivocado estaba.
Antes de darme cuenta, estaba de nuevo tirado en el suelo, a las afueras de la enorme arquitectura religiosa. Me levanté gracias al apoyo que una cruz con un círculo en su intersección me proporcionó. Por la poca luz que podían captar mis ojos, pude dar cuenta de mi situación; a las espaldas estaba la iglesia y al frente más cruces desperdigadas y mausoleos grises, el cementerio era el lugar en el que me encontraba ahora. Corrí hacia la pared de la iglesia para protegerme mientras amartillaba el arma. A través de la visión periférica vi algunos árboles con sus ramas en poses que recordaban a enormes picas. Ya con la pared contra la espalda, puse el arma agarrada en mi pecho y aguardé a que hiciera acto de presencia lo que me había sacado de la oscuridad interna hacia la oscuridad externa. Repté a lo largo de mi protección trasera, con el viento soplando las gotas de sudor que comenzaban a descender por mi rostro.
“Arriba” voltee al oír la orden de la voz suave de nuevo, esa voz que se convirtió en mi guía a partir de esa noche. Noté un enorme bulto que desprendía una suave luz blanca, pegado en la construcción, bajaba caminando. Fue por las piernas que aparecían a cada momento que se acercaba que pude ver que era una mujer pálida la que estaba sobre mí. Era tal su caminar que quedé cautivado ante los movimientos sinuosos que dejaban ver la ropa, un camisón hecho jirones en algunas partes pero aun así completo y ajustado a la figura, y el cabello largo danzando a la par del soplo inanimado. Cabello largo ondulado.
Saltó para estar en frente de mí, grácil y sonriente. Se pegó a mi cuerpo, sentí la frialdad de su cuerpo y la suavidad de su carne y un toque de firmeza. Despedía un aroma dulce y nauseabundo tan hipnótico…
-Fuimos dos incestuosos que practicaron el pecado desde el vientre, haciendo explotar a nuestra madre para satisfacer ese mórbido deseo… - aspiró por la boca y exhaló más esencia embriagadora –no creo que te des una idea de lo que eso significa. Vivir por la pasión más desenfrenada que uno pueda realizar y poder sentir a través del cuerpo, recorriéndote en un éxtasis tan enloquecedor como glorioso. Tan solo de pensarlo puedo casi volverlo a sentir penetrar hasta lo más profundo de mí ¿Estará tibio aún el cuerpo de Tajdel? ¿Qué me dices, Alhemdeit?-
La cabeza me daba vueltas, y el miedo no hacía otra cosa más que alterar mis sentidos. No estaba cansado, pero el cuerpo no me respondía como hubiera querido. Mi mano derecha se levantó hasta tocar su cintura; menuda y fría, la posee por debajo de la tela rota y moví mis dedos lenta y suavemente, tiré el arma e hice lo mismo con la otra mano –Oh… mmm… me halagas mucho, quizá podamos divertirnos un poco antes de que fenezcas- acortó la distancia restante y estuvo tan cerca de mí que pude notar los pliegues de sus labios. Hizo el intento por besarme, pero prefirió quedarse tan cerca como le fue posible. Su mano estaba fuera de mi visión, se movía y recorría mi pierna por la parte interna. –Estabas amarrada, famélica y débil-  dije cuando recobré un poco de mi propiocepción y la luz que creí que despedía era una alucinación.
–Ah…- alzó su brazo posándolo en su seno y me mostró la ensangrentada muñeca– un pequeño daño que se puede arreglar con persistencia. Me dejó estas heridas, pero no sangran mucho- sonrío y vi como la sangre le rezumaba cuando se la mordió –solo disloque los huesos de mis manos y pies. Las heridas fueron intencionales- recorrió mi pecho, dejando su maldita sangre en la camisa, la rompió y me acarició con su fría mano.
-¿Qué… qué hacías en el mausoleo cuando te persiguió Letzinger?-
-¿No era obvio? Te acabo de dar la respuesta… Era un lugar tan excitante, con los cadáveres de esa familia como lugar de descanso y los cuerpos de los niños como suaves almohadas-.
-Debe de haber algo más… no puedes haber sido tan pudiente, eres un monstruo ¿qué pasó cuando saliste de ahí?-
-Oh… un monstruo ¿en serio?- y los brazos se engancharon a mi cuello, mirándome con un destello en los ojos – tu eres algo peor que yo, puedo verlo en tus ojos brillantes. Esa insania dentro de ti, quiere salir y no la dejas. Tontos preceptos los que tienes por estandarte… Bueno… Sabía que él estaba ahí, así que solo actué para asustarlo. Su cara me dio tanta risa cuando me tuvo entre sus brazos y creyó que moriría entre agonías impensables-.
Me besó, primero rozando los labios y moviendo la cabeza de un lado a otro, y después abriendo mi boca con su lengua seca. La sensación de esa inusual danza me hizo sentirme indefenso, sin tener una idea de cómo responderle. Antes de que pudiera hacer algo se despegó con la boca ensalivada –Vaya que eres un idiota… un idiota delicioso- me recostó en el musgo de la tumba sobre la cual estábamos parados. Tomó mis manos y me hizo recorrerla con ellas, se llevó la mano derecha a la boca y lamio mis dedos. Luego los soltó y posó mis manos en sus pechos. Agarró mi revólver.
-Mira esto, un arma humana. Tan simple y tan atronadora e innecesaria- se la colocó en la sien, imitó el sonido de la explosión y el posterior movimiento de la inercia por la bala impactándose en su cráneo. Y luego rio.
-Vamos, mentiroso. Pudiste engañar a Milnid, porque era una estúpida, pero no puedes mentirme a mí. Ese aroma en tu sangre no es consanguíneo…- aspiró fuertemente –dejemos eso para después, solo quiero divertirme contigo-.
-No…-
-Shh… no tienes fuerza de voluntad. Ni siquiera existe la voluntad, solo el hedonismo-
Algo tenía que hacer, no por sus palabras y el fallo en su pensamiento, sino porque sabía lo cerca que estaba la guadaña de mi cuello. Me agité, lo que pareció excitarle a Michelle por el roce de las ropas, la dermis y la sensibilidad que despertaba el acto. Mis manos, afianzadas a las suyas y tocando su suavidad, siendo guiadas por sus deseos. Estaba sintiendo la necesidad de seguirle el juego, de dejarme llevar hasta el éxtasis, volver a tocar sus labios carentes de vida, de… poseerla, de penetrarla tanto como quisiera. Me dejé llevar.
-¡Sí!- gritó de júbilo cuando acerqué las bocas e hice danzar las lenguas. Me desnudó, con una dulzura tan surrealista y tan inconsistente con lo que era. Era un monstruo con una labia enervante. Me dediqué a besarla, a recorrer su cuerpo tanto con las manos como con la nariz, con ese aroma viciado de dulzura muerta. Ahora fui yo quien la recosté a ella y la desnude, rompiendo los jirones de ropa por completo. La penetré, en tan frígido estado el suyo mientras en la cabeza tenía que luchar ante sus palabras. Me concentraba en buscar los errores de su pensar. Estaba luchando en cuerpo y mente, un todo contra otro de misma cualidad. Se volteó y se arqueó, su cabello caía en su espalda, unas hebras descendían a los costados con el movimiento de sus caderas impactando contra la mía. Seductora, mantenía una sagacidad de quien guía al ingenuo…
-¡Líbrate ya!- dijo con sorna entre exclamaciones y gemidos de placer –deja que los Feras observen a través de la tierra húmeda que impregnas ante el fin del acto-.
Me tensé, pude sentir como el cuerpo se abandonaba al mayor éxtasis jamás antes vivido. M e olvidé de preocuparme por los Feras, lo que sea que significara tan extraño mote. Exhalé ruidosamente por el esfuerzo que me llevaba el efectuar tan monótono movimiento. Desee seguir más allá de lo que mis músculos soportaban, descargar contra ella todo cuanto tuviera por dar. Morir si era posible al instante. Pero no, tan solo caí, fulminado por la situación.
-Para alguien que nunca tuvo algo así antes, he de decir que me deja bastante satisfecha- Uso su mano para seguir tocándome –Quizá pueda solo matar tu alma y usar tu cuerpo ya que parece tener una mayor utilidad de la que suponía-.
Mi antebrazo derecho chocó con algo cuando lo moví para colocarlo a mi costado. Lo agarré, un palo astillado, no muy quebradizo. Parecía ser resistente, con la ruptura irregular y aguda. “vive” recobré conciencia ante esa palabra susurrada en mi cabeza. Agarré la enorme vara con fuerza, creí que la llegaría a romper con el agarre.
-Ah…- suspiraba Michelle mientras sus manos seguían recorriendo su cuerpo desnudo y se detenía en la entrepierna – ¿Qué es el placer? Es morir, es desgarrarse sin llegar al momento del deceso, tan solo imaginar cuanta sangre puede un acto repetitivo dejar tras su paso, y lo mortal que puede ser cuando se sobrepasan los límites del cuerpo…- me acerqué a ella a sus espaldas, con mi mano armada oculta. Sus manos se movían en un frenesí indiferente, parecía solo hacerlo por costumbre más que por otra razón.
-Somos, soy… mejor dicho, soy quien escoge, quien elige su sendero y su forma de llevar esta vida, nadie más que yo es el dueño y el que sufre las consecuencias de mis actos, llevo la muerte desde la sangre expelida al momento del parto. Soy quien decide cuándo morir- le clavé con un movimiento rápido la vara astillada. Su grito retumbó en el eco de la noche. Las aves de un sauce enmohecido revolotearon, muriendo en el inicio del vuelo por la estridencia. Necesité tumbar a Michelle en el musgo, con la cara directamente contra la humedad vegetal. El grito no bajaba de intensidad. Penetré aún más la estaca, haciendo mella en la carne, más allá, hasta llegar al centro de su cuerpo, donde debí de tocar y destrozar el corazón. Digo que debí porque al momento de llegar tan profundo, mi arma se movió de un lado a otro a pesar de tenerla bien afianzada.
-¡Maldito cobarde!- gritó Michelle, y la tierra retumbó ante la sonoridad de sus palabras -¡Pero no decidirás cómo morir! ¡Eso es imposible para los de tu calaña! ¡Nuestro asqueroso alimento!- La última palabra se agudizo hasta volverse imperceptible.
Eché a correr antes de ver si de verdad estaba o no muerta finalmente.
A la mañana siguiente, las personas se santiguaban al ver un cadáver fuera de su tumba, con solo bazofia por órganos internos. Se culpó a Letzinger de tal blasfemia, a pesar de que su cuerpo había sido hallado dentro de la iglesia, junto con el del padre y cenizas rojas. Cuando pasé por ahí, pregunté por si el llamado “asesino de doble tiempo” tenía alguna relación con alguien vivo. Nadie me dijo nada, ni siquiera cuando les hice la sugerencia de que quizá estuviera comprometido o casado con alguien. Los pocos que me contestaron solo dijeron que él vivía solo y que nunca le habían conocido alguien a quien pretendiera.

viernes, 20 de junio de 2014

IX

La altura de la iglesia parecía acrecentarse por la oscuridad que el ambiente nocturno presentaba. El viento soplaba con fuerza y amenazaba con llevarse mi capa por la vacía plaza. Las puertas de madera flanqueaban el paso hacia el recinto…
-¿Seguro de esto?- le dije a Letzinger cuando redirigía mi mirada hacia él. Estaba temblando por el frío y más aún por la sensación de temor que le infundía el lugar.
-Tú eres el de la idea. No me preguntes a mi algo que desconozco-
-Lo dije porque…-
-Cómo sea. Estoy muy preocupado por Michelle y es lo único que podría ayudarle…-
“No estés seguro” pensé con tristeza. Habíamos dejado a Michelle en su cama en un estado parecido al sueño. Tenía los ojos abiertos y no parpadeo en el tiempo que estuvimos a su lado amarrando su cuerpo con cinturones de cuero. Cuando dejamos de realizar los amarres a brazos y piernas sus globos oculares se movían de un lado a otro sin enfocar algún punto, ni siquiera dejaba caer la mirada en nosotros.
Letzinger se acercó más a la puerta y antes de siquiera tocar notó que estaba entreabierta por una pequeña franja de luz que escapaba del interior. Me miró una vez más y empujó la puerta con sumo cuidado pero con firmeza. La puerta comenzó a girar sobre sus goznes y con el chirrido intensificándose por el eco de las paredes revestidas de oro y suaves colores.
-Montressor, habla con el padre- dijo una vez que se mostró una franja con la suficiente amplitud para dejarnos entrar. Las velas se agitaban por el viento que ingresaba junto con nosotros, amenazando con apagarlas –dile lo que necesitamos, por favor-. Y cerró la puerta y con ello la entrada del viento que amenazaba con dejar el lugar a oscuras.
-Está bien, pero tú deberás ahondar más cuando él pregunte lo que pasó- Letzinger asintió.
Caminamos hacia el retablo mayor por en medio de las cuatro filas de bancas de madera apostadas, rodeando la pila bautismal con grabados sobre la purificación y la bendición del bautismo; había cuatro nichos a los costados con varias velas encendidas en unos muebles específicamente hechos para que cupieran los cirios sin tambalearse; el techo era alto, apenas y alcanzaba a ver algunos de los impresos ahí hechos, la luz de las velas no se elevaba tanto. Pensé que se vería hermosa tal obra del hombre a la luz del día que atravesaría los vidrios de los vitrales coloridos que mostraban pasajes del viejo y el nuevo testamento. Más adelante la iglesia se abría en un pasillo perpendicular que daba acceso a dos capillas de menor longitud ocultas parcialmente por las dos filas de columnas. Las paredes también tenían algunas obras que estaban incompletas, destrozadas por los pedazos que se caían con el tiempo o consumidos por la combustión de las llamas de las velas.
Casi llegábamos al centro cuando nos percatamos de lo fácil que fue entrar a la iglesia. Se supone que durante las noches el lugar debería de estar cerrado, y las velas apagadas para evitar accidentes. O al menos eso creía.
-¿Tuviste problemas para abrir la puerta?- le dije a Letzinger. Negó con la cabeza y metió una mano entre sus ropas. Me giré cuando hizo eso pero escuché un leve clic metálico.
-In nomine…- lo escuché por el lado izquierdo, hacia allá dirigí la mirada cuando estuvimos en la intersección de la estructura religiosa.
-Amén- contesté aun cuando no supe de dónde provenía la voz, en la capilla izquierda no había nadie, solo un retablo de madera que cubría la enorme pared…
-¿Qué los trae al recinto de Dios está noche?- una sombra se presentó por la puerta que daba a la habitación donde los sacerdotes se preparaban para antes de cada misa. Estaba completamente vestido de negro por una sotana que le llegaba hasta los tobillos, la combinaba con un pantalón del mismo color; a juzgar por la palidez del rostro podría parecer que estaba enfermo -¿Qué les atañe el alma con tanta intensidad como para hacerlos venir a tales horas?- tosió un poco y escupió algo de sangre en el piso y sotana.
-¿Qué tiene?- Letzinger sacó la mano de sus ropas y se acercó al padre. Yo solo volteaba alrededor. Algo no me gustaba del lugar y podía casi sentirlo en el frío aire del lugar. Era muy extraño que la puerta hubiera estado abierta y más aún, las velas encendidas…
-Nada hijo, solo una tos- Se encorvó un poco más cuando otro ataque de expectoraciones le vino.
-Alhemdeit, ven, ayúdame a sentarlo en la banca- me acerqué y le tomé por el brazo que  Letzinger no estaba cogiendo. Su complexión engañaba a su peso, era muy ligero y casi no hacíamos esfuerzo para levantarlo a pesar de que el lucía como una persona robusta y de un peso mayor al que asemejaba.
-No… recuéstenme en el altar-.
A pesar de la luminiscencia de las velas, ésta era insuficiente para poder observar los escalones, resbalamos con el primero, y con segundo no supimos calcular la altura a la que debíamos de elevar nuestros pies. Por un momento pensé en dejarlo recostado ahí, pero necesitábamos de la luz para poder verlo bien, y el mejor lugar para ello era en el altar…
-Yo le agarro las extremidades inferiores y tu sujétalo de las axilas… a la de tres lo cargamos… ¡tres! Déjalo bajar lentamente…-
-¡No! ¡Bájenme!- La voz del padre sonó con diferente tono.
-Pero usted dijo que lo subiéramos…-
-No. Ese fui yo- Una voz grave se sumó al eco que dejaron las cuerdas vocales de Letzinger; Él metió de nuevo la mano en su chaqueta, dejando caer la cabeza del hombre con un estruendo fuerte, y sacó un revólver amartillado. Yo no pude hacer nada más que agacharme para que, si algún tiro se le escapaba de sus manos no me diera a mí.
-¿DÓNDE ESTÁS?- Un sonido nuevo, el eco de un caminar parsimonioso que se producía a nuestras espaldas. No se veía nada por el pasillo que demarcaban las bancas. “Arriba” dijo una voz dentro de mi cabeza…
-¡Arriba, Letzinger, apunta hacia arriba!-
-¿Arriba?- se giró para voltearme a ver. Cuando lo hizo, de la esquina derecha de la intersección, apareció una sombra definida como un ser antropomorfo al cual parecía colgarle una capa que impedía saber con certeza su altura. A cada eco del caminar, la sombra se hacía más grande. Letzinger volvió la mirada justo cuando la sombra se soltaba… a falta de un término correcto, y caía. En el aire giró sobre sí y cayó de pie con ligereza justo atrás de mi compañero. Lo primero que vi fueron sus relucientes y afilados caninos de una amplia sonrisa.
-Yo les dije que lo pusieran ahí porque hay que sacrificar al pastor del Señor- dijo con un tono de voz burlón –si me permiten debo hacer algo- era un hombre de al parecer un metro setenta y seis, tenía en medio del rostro una cortada que le atravesaba en diagonal de la ceja derecha al centro del labio superior…
El arma de Letzinger resonó cuando el disparo salió del arma. El hombre saltó, esquivando el proyectil, y se colocó en el altar con su pierna izquierda sobre la cabeza del párroco presionando contra el rostro.
-No… por favor- susurró.
-¿No? ¿En serio? ¿Solo eso dices ahora que vas a morir?- la sombra recorrió su calzado para ver el rostro que pisoteaba.
-¡Dispara Letzinger!- le grité antes de voltear a ver sus manos temblar y ver que fallarían los tres proyectiles expulsados.
-¡Mierda!-
La sombra se empezó a reír, volteó a ver los agujeros hechos por las balas a sus espaldas y pisoteo la cara del padre un par de veces más.
-¡No, déjalo!-
-¿Para qué? ¿Para qué continué mintiendo a su “rebaño”?-
-No miente- contesté con firmeza.
-Entonces lo hace su credo. Sienta a sus ovejas a que lo escuchen durante horas, diciéndoles que hay lugares en donde todas sus buenas acciones tienen recompensa, haciéndoles creer que esta vida no tiene nada más allá de sufrimiento justificado por un orden divino… que es vacía, que es solo un tiempo por el cual se transita y no tiene valía porque al final vivirás eternamente…-
-No dice eso…-
-¿No? ¿NO? ¿Cómo no demeritas la vida si no es con promesas vacuas de algo después de expirar? ¿No es eso mentir? ¿Qué es?-
-No… no sé. Yo no soy quien para dar respuestas –acepté agachando la cabeza, pero recapacité- y tú tampoco ¿Cuál es tu naturaleza? Una vida infrahumana, eso es aún más demeritar la sola existencia-
-Von Strauss – lo miré a los ojos, me sorprendió que supiera el apellido de la familia que me había acogido –tú vives en mentiras, toda tu vida, todo lo que eres… Y yo, yo soy la prueba de que no hay más que esta vida. Decidí esto porque no creí en las mentiras más, esto- se miró las manos –Esto es tangible, tanto como esto- y pateó el rostro del anciano- Quizá no sea vida, pero ¡Ah! Es deliciosa esta existencia-
-No lo es. Sé lo que es vida, la mía al menos…-
-Antes de tu vida en el monasterio ¿sabes algo?-
-¿Alguien sabe algo cuando es niño?-
-Idiota, sí. Y dile a tu compañero que no trate de disparar otra vez o lo lamentará- otro pisotón que dejó inconsciente al cura.
-¡Yo no tengo nada que hacer aquí, solo busco a alguien para salvar a mí esposa!- Letzinger contestó casi con gritos que parecían desgarrarle la garganta.
-Ah, la mentirosa de Michelle. Von Strauss cuando la veas, dile de mi parte que espero el momento de volver a poseer entre mis brazos a mi hermana, hace mucho que no me divierto de manera que su sangre manche todo mi cuerpo desnudo…-
-¡¿Que acabas de decir?!- rugió Letzinger justo cuando apuntaba con firmeza su arma.
-Poseerla, hacerla gemir de placer, solo eso dije ¿no se entendió el mensaje? Dile que de parte de su hermano, si es que sobrevives… O más fácil, de Tajdel-
Los últimos disparos de mi compañero hicieron eco. Y un agujero en la frente del vampiro apareció. La fuerza cinética hizo que se contorsionara hasta casi caer del altar por su peso.
-¿Lo mataste?-
-Parece que sí- sacó los cartuchos vacíos de su arma y metió un par de balas mientras se acercaba a un Tajdel que no cedía a su peso. Me acerqué al hombre recostado. En cuanto lo vi, supe que solo se había desmayado, su pecho seguía subiendo y bajando con ritmo y la cabeza rezumaba sangre pero en una cantidad mínima a la que yo esperaba. Escuché como caía finalmente el cuerpo del no muerto hasta el suelo. Letzinger se acercó para verlo lo mejor que podía en esa situación mientras le daba palmadas en el rostro al hombre para que despertara.
-Aléjate, no sabemos si está acabado-
-Espero que no. Quiero saber qué tiene que ver con mi esposa este… este engendro-
-¿Aparte del parentesco?- dijo Tajdel cuando se levantaba y le rompía el cuello a Letzinger en un fugaz movimiento que solo pude oír. El hombre que me había suturado estaba abatido en el suelo, regalando su última mirada a la madera donde antes estuvo Tajdel.
-¡Demonios!-
-Ah, ah, ah. No debes de blasfemar Von Strauss. Bueno, con este fuera ya puedo ganarme los favores de Lis. Ah… casi puedo oler su presencia, dulce, un aroma tan enceguecedor- cerró los ojos cuando lo decía. Saltó sobre el altar, se hincó y olfateo a su próxima víctima.
Traté de alejarme para huir y dejar que terminara su trabajo, tenía que haber algún lugar entre las callejuelas de la ciudad para pasar desapercibido, y luego buscar a Michelle para tratar de ayudarle, o lo que fuera que tuviera que hacerse, seguro que alguien podría tratarla y sacarla de ese aletargamiento…“Te cazará, todos ya lo hacen…” de nuevo aquella voz.
-¿Cómo me conoces?- le dije a Tajdel cuando abría su boca.
-Eres una presa interesante. Está en tu sangre. Supongo que Milnid te lo dijo una vez  que le clavaste el cuchillo, pero déjame terminar con esta bazofia y en poco estaré succionándote-.
“Vamos, piensa ¿qué tan lejos estas del cuerpo de Letzinger? ¿Dos metros?”
-No, no me lo dijo, o se me debió de olvidar. Y eso fue un accidente-
-Un accidente, una fortuita situación en donde el resultado está frente a mí hablando. ¡Ah! Algo así no se olvida, eso no se olvida, es como esto- Tomó del cuello al clérigo con una de sus manos, lo levantó un poco por encima suyo, abrió la boca y le arrancó el brazo con la mano libre. La sangre le salió por borbotones mientras regresaba a la consciencia y gritaba, presa del dolor y el terror. El vampiro acercó la boca a la herida y todo el rostro se le manchó de rojo.
-¡ja, ja, ja! ¡Vamos! ¡Que solo una vez se satisface así uno!-
En cuanto pasó eso, dejé de pensar, me arrojé por el arma de Letzinger que había caído por un escalón. La tomé y, agazapado, sin siquiera ver hacia donde estaba dirigido el cañón, jalé el gatillo.
-¡¿Por qué me quitas la diversión, Von Strauss?!- gritó Tajdel -¡Esta basura ya no me sirve! ¡Míralo!-
El padre dejó de gritar, el proyectil le había volado la parte diestra de la cabeza, ahora solo quedaba del ojo para abajo de su rostro en un rictus de agonía. Tajdel tampoco había estado a salvo de la bala que le dio en el pecho y lo había atravesado limpiamente…
-Parece que alguien no sabe sobre cómo exterminar a mi raza…- sonrío plácidamente y metió su puño en el agujero humeante. Cerró los ojos lo cual me pareció que era un gesto de placer. No esperé a que terminara la frase, tomé uno de las velas y se la arrojé al pecho en donde el pabilo tocó la ropa y produjo una leve combustión. Salí disparado hacia la puerta al mismo tiempo que Tajdel gritaba encolerizado. Me pareció ver por el rabillo del ojo que trataba de extinguir las llamas con el cuerpo destrozado del padre.
-¡NO HUYAS! ¡TU SANGRE!- me lanzó el cuerpo del sacerdote el cual esquivé, chocando contra el suelo cerca de la pila bautismal que estaba en la entrada, desorientado y con un poco de dolor en el cuerpo impactado, mi cara estaba siendo acariciada por el frío que se escabullía por debajo de las puertas…
“Bendice” sentí un susurro que me llegaba desde muy lejos.
Me arrojé hasta la pila en un acto casi instintivo al momento de haber oído tal aseveración e imaginando si ese ente volaría o correría por el techo para eliminarme mientas sacaba de la pistola los proyectiles. Seis que aventé dentro del cuenco. Tres de ella entraron e hicieron un sonido sordo audible al llegar hasta el fondo; las restantes rodaron y fueron devoradas por la oscuridad inferior. Tanteé el líquido para localizarlas porque mis ojos trataban de enfocar a Tajdel. El miedo no me dejaba ver con facilidad, y las velas, por un momento creí que estaban ocultándolo.
-¡Primero mata al cirujano!- volvió a reír. No ubicaba al monstruo, volteando a los lados, volteando hacia arriba, incluso por encima de mí. Las llamas que lo debían de estar combustionando estaban ya extintas.
-¡Ya lo hiciste tú!- al fin mis dedos toparon con un cilindro metálico, lo cogí y metí, amartillé el percutor, justo como me había enseñado Letzinger un día antes. “Por si las dudas”.
-¡Mátalo una vez más! ¡Dame el gusto!- cambió el tono de su voz -¡Ve por Von Straus!-
De inmediato, una sombra se separó de la negrura del suelo y comenzó a caminar en dirección mía. No tuve que saber quien era, la cabeza colgando me lo dijo. Renqueando y con los brazos estirados, tropezó con los escalones, cayó con un impacto sonoro que retumbó por encima de mis palpitaciones. Tomé la posición de tirador, el brazo derecho firme y tenso, el antebrazo izquierdo por encima de ese y en perpendicular, los ojos enfilando las guías de la mira para centrarlo. La cabeza se movía en leves brinquitos que semejaban ser una mórbida danza cuando se puso de pie de nuevo y siguió caminando, ensangrentado del rostro.
Tajdel reía y daba unas patadas a su piso, la bóveda. Lo ubiqué al fin y me disponía a dispararle a donde estaba para eliminarlo de una vez y por todas pero el cirujano, como lo nombré desde ese momento, gimió mi nombre “Vaaaaan…”
“Dispárale ya” las ordenes de la suave voz susurrante hicieron eco en mi cabeza. Y sin más halé el metal, dándome un coletazo por la fuerza del arma. Cerré los ojos para no ver el impacto del proyectil, me guíe por el sonido que el cirujano hizo cuando se estrelló finalmente.
¡Bravo! Que increíble espectáculo, un disparo certero en la oscuridad y con los ojos cerrados-
“Solo falta uno, solo falta él” volví a zambullir la mano hasta que encontré los últimos cilindros. Por un instante, creí ver como el párroco se levantaba para atacarme al igual que el otro humano que había existido en la estancia.
-Un arma contra una eternidad, no puedo esperar a saborearte, mi dulce vino-
Metí las dos balas restantes en el barril e imploré porque al menos una lo matara por fin. Girando sobre mi eje y apuntando de arriba hacia abajo siempre ante la espera de que el cadáver ya desangrado del cura me atacara.
-Vaya que lo dejas muy fácil- dijo cuándo me cogía por la cabeza y levantaba con él hasta el límite superior del recinto. Con las capas colgando, la sangre golpeando los oídos y la respiración dificultándoseme lo vi tan cerca como nunca antes. Me sorprendí al percatarme de que no expedía ningún aroma putrefacto, nada de un hedor nocturno que me hiciera regurgitar. Con los brazos al aire y la ropa como único sostén a la mano de Tajdel esperaba el momento en que me soltara y diera contra el piso.
-Y dime ¿qué tienes que te hace tan apetecible? No cualquiera lo posee y menos en demasía-
-¿No lo sabes explicar?- hablaba entrecortado y con el miedo de fenecer.
-No, no lo sé explicar. Es inconmensurable y carece de fundamento humano, pero qué más da, es mi momento antes de que la reina deje ignorarte y envíe carta sellada para los cinco restantes-
Antes de que terminara de hablar, lo tomé por su brazo y trate de deshacerme de su fuerte agarre, esperaba que el revólver no se me cayera de las manos entre el ajetreo que provocaba, pero la gravedad y la forma en como estaba sostenido me dificultaba pensar. Toda la sangre yéndose a mis oídos y la visión vuelta una maraña de inconexas e incompletas formas.
-¡Dios!- grité y lo golpeé en la cara. Esa acción tan mundana le hizo soltarme.
La manecilla de un segundero se mueve más rápido de lo que yo hice en ese instante en que caía. No sentí el viento a mis alrededores, tan solo enfocaba hacia la criatura que se cubría el rostro con su mano y notaba como su presa se iba a estrellar en el piso. Recobró el sentido y se lanzó contra mí con la nariz rota y chorreando levemente el mismo líquido negro y raro que le corría el cuerpo. Estaba musitando algo que no alcancé a percibir por el disparo que solté antes de perder el conocimiento por completo cuando llegaba al final de mi descenso.

sábado, 9 de noviembre de 2013

VIII

Casi percibía el miedo que Letzinger denotaba desde el momento en que había entrado a mi habitación aquella mañana. Con el rostro sudando y su cabello denotando algunas hebras plateadas. Se veía tan desaliñado aun cuando solo traía un enorme camisón de algodón que usaba para dormir. Le insté a que tomara asiento y me dijera su razón para estar tan temprano allí.
-Montressor…- y se quedó un rato viendo a la ventana de mi habitación –corre las cortinas y siéntate un momento- Hice lo que me dijo. Volteaba a todos lados buscando el motivo de su miedo.
-¿Dónde están mis cosas?- le pregunté bruscamente para ver si podía obtener esa información.
-Entonces… ¿me dejas? ¿Nos dejas?- y se puso rígido por un instante –No puedes, no… por favor, Montressor no te vayas aún. Te necesito, quiero decir… Michelle te necesita- estaba a punto de tirarse a mis pies para sollozar y pedir que no me fuera, pero no podía hacer nada más por ellos, más que darles molestias.
-Letzinger- y lo miré a los ojos- yo no puedo pagar lo que han hecho por mi durante tanto tiempo. Me sanaron, me cuidaron y alimentaron… yo, bueno… estoy muy agradecido por lo que ustedes hicieron por mí en este lapso de tiempo…
-Cobarde…- musitó Letzinger.
-¿Qué?- vi con qué facilidad le había cambiado el semblante, ahora estaba enojado y un poco agazapado en el asiento, definitivamente no era el hombre que había entrado hace tan solo unos momentos.
-Dije “cobarde” y ni siquiera tengo idea del porque te lo he dicho, pero no importa. No puedes dejarnos así como si nada hubiese ocurrido- se levantó del asiento y me reto con su sola pose al momento de estar completamente erguido –tus cosas están ocultas en la casa. Te diré dónde están tus pertenencias solo si accedes a salvar a mi mujer de su estado presente. Y si no, pues… no creo inconveniente en que alguien sufra un accidente…-
-¿Tanto es tu odio por lo que pasó en tu villa natal?- le dije con sorna para llevarlo al límite y hacer que yo ocupara la posición de poder que él tenía en ese momento.
-¿Los religiosos? ¿O tú, en especial?-
-Salí hace mucho de un recinto religioso, pero conservo las costumbres…-
-Al igual que en el pensamiento-
-Sí, un poco. Excepto cuando pierdo la consciencia o peleo contra alguien. Puedo hacer excepciones-
Letzinger entonces me tendió la mano en un rápido movimiento que estuve a punto de considerar como un ataque –acepta. No te pido algo más-
--Bajo amenaza, sí que no pides mucho-
Se le produjo un nudo en la garganta –hazlo por ella. Es lo único que me queda. No más. No quiero que esté así, tan… muerta. Quiero oírla cantar, oírla reír. Eso me mantiene vivo. Eso me vivifica-.
-Tú eres el médico. Sabes qué hacer, no entiendo para qué me necesitas, tú eres el que tienes los conocimientos…-
-No sobre muertos o almas en pena, eso te lo puedo asegurar-
-Dios…- Suspiré fuerte y le estreché la mano.

viernes, 26 de julio de 2013

VII

Letzinger…
Quisiera decir que lamente su muerte pero no tuve ese placer. Yo había sido manipulado por el destino para cortar su vida. Lamentar no era una de mis opciones en aquel tiempo.
Además ¿Quién era yo para arrebatarle la vida a alguien? Nadie, esa era la respuesta con la que me encontraba siempre. Simplemente  era un extranjero que había caído en las manos sanadoras de un hombre al que, en algún punto de su historia personal, había dañado a una mujer. Mujer quien no conocía más que de voz.
Así pues, mientras Letzinger me contaba cuanto quería que yo supiera de él, yo urdía alguna manera para evitar asesinarlo. Era lo que menos deseaba, tan solo esperaría a estar lo suficientemente sano para huir en el próximo tren que hiciera parada en la estación del pueblo.
Una mañana desperté muy temprano, no había luz que penetrara por las ventanas del hogar de Letzinger, me senté en la cama y esperé a que estuviera por completo en estado de vigilia. Me dirigí a la habitación de Letzinger y Michelle y toqué levemente la puerta para ver si ya estaban despiertos. No contestaron así que decidí mejor esperarlos en el comedor.
Estaba totalmente despierto y no podría ya conciliar el sueño por lo que preferí esperar en la penumbra a que amaneciera, no debía de faltar mucho tiempo para eso. Fue entonces que una voz potente hizo exaltarme de mi asiento y hacerme correr en dirección de la puerta principal. Era la voz de Letzinger penetrando las paredes y entrada.
-¡Abre!- vociferó una vez más -¡prepara la cama de mi consultorio!-
Iba a preguntarle sobre Michelle pero en cuanto abrí la puerta no necesite inquirir sobre ella. La llevaba casi arrastrando, sosteniéndola por la cintura, estaba pálida e inconsciente.
-¿Qué ocurrió? ¿Dónde estaban?-
-Ayúdame primero. De mi escritorio saca un frasquito, ahí tengo sales para contrarrestar desmayo. Está bien… o eso creo- se notaba el tono preocupado de Letzinger.
Fui por un pequeño frasquito que estaba justamente a la vista y regresé a la sala donde Michelle ya estaba recostada. Me pareció ver que había ya algo de vitalidad en sus mejillas pero no lo pude asegurar por la poca luz que penetraba por las cortinas azules.
-Subía ya muy noche a causa de mis estudios. La vela casi terminaba por consumirse. Cuando casi terminaba de recorrer la escalera escuché un golpe fuerte en mi habitación. Pensé que Michelle se había caído de la cama, así que corrí a la habitación para ayudarle. En cuanto entré vi que ella estaba parada en el alfeizar de la ventana lista para saltar. Antes de que pudiera articular palabra alguna para detenerla ella saltó hacía la calle. Corrí a la ventana en un intento vano por detenerla, pero cuando llegue para poder ver si se había hecho daño vi que caminaba con gracia y tranquilidad hacia desconocido lugar-.
“No pensé en nada y yo me impulsé hacia adelante cayendo mal y lastimándome el tobillo. Seguí a Michelle a una prudente distancia, iba cantando, Alhemdeit ¡Ella iba cantando! Era horrible. < ¿Dónde irá a dormir el muerto? ¿Qué suerte llevará? El enterrador tuerto es, y el camino del hastiado guiara> continué tras de ella, no me atreví a acercarme a ella por el miedo que sentí. Se dirigió al cementerio. Parecía disfrutarlo, bailaba y cantaba. Dios, no sé qué tenía en ese momento. Una vez ahí fue a un mausoleo y entró en él con tranquilidad. No lo vas a creer pero no pude entrar porque la puerta estaba cerrada, fuertemente cerrada. Ni parecía que la hubiera abierto Michelle cuando entró…”
-Letzinger, será mejor que uses las sales para despertarla y que nos cuente todo ella-
-¿Las sales…? ¡Ah sí!- dijo en cuanto le acerqué el frasquito. Lo tomó y destapó para colocarlo en la nariz de su esposa. Ella abrió los ojos y tosió fuertemente haciéndonos retroceder por su abrupto despertar.
-Michelle, cariño ¿te sientes bien?- Letzinger arrojó el frasquito a sus espaldas y fue a abrazar a su esposa. Las sales se desparramaron por la alfombra mientras yo trataba de darles privacidad a ellos.
-Sí- Respondió Michelle.
- ¿Tienes algo? ¿Estás lastimada?-
-No-
-¿Qué te pasó?-
-Nada-
-Me parece que esta ida, Letzinger- le dije a mi huésped mientras le tocaba el hombro para hacer que se levantara del piso. La volteé a ver y, en efecto. Entendía lo que le decíamos y respondía de acuerdo a las preguntas pero ella estaba mirando hacia la pared opuesta, pestañeaba muy lentamente.
-Permíteme, Letzinger- Me acerqué a la chimenea de la habitación y tomé una pala y un atizador, regresé a mi posición anterior e hice que los dos artefactos chocaran entre sí para producir un sonido fuerte y metálico. Tal y como lo esperaba ella no reacciono con el estímulo que le había propiciado.
-Llevémosla a mi cuarto- exclamó Letzinger. Asentí ante su proposición y traté de levantar para que caminara pero estaba tiesa. Decidimos entonces cargarla y subirla así.
Michelle siempre se había visto delgada, de linda forma y esbelta, pero en ese momento en que la tomé por debajo de los hombros no pareció nada de eso, posiblemente la vista siempre me había engañado con respecto a sus proporciones, estaba cansado incluso antes de llegar a las escaleras y fue aun peor cuando íbamos subiendo las escaleras. Letzinger le hablaba a su esposa para ver si reaccionaba y obtenía respuestas sobre lo que había ocurrido hacía tan solo unas horas. Casi cuando llegaba al primer piso escuché como de los labios cerrados de la mujer se escuchaba una canción.
Esto desconcertó mucho a Letzinger y casi hizo que se cayera por las escaleras pero mantuvo algo de compostura y siguió subiendo.
-Empuja la puerta, Alhemdeit, no está cerrada- hice lo que me dijo Letzinger con mi espalda deteniendo el regreso de la plancha de madera con mi pie. Ya dentro vi como estaba la cama desordenada y la ventana abierta dejaba entrar el frío aire de la temporada.
-Bien, ah… si tan solo dejara de cantar… ah ya, ponte en la cabecera y déjala caer suavemente en la cama, yo la acomodaré. Déjanos un momento a solas, a ver si puedo hacer que se concientice- Asentí y dejé el cuarto con ellos adentro. Mientras cerraba la puerta vi como Letzinger se hincaba al lado y tomaba el brazo de Michelle para hablarle.
De una forma u otra, sabía que Michelle ya no se recobraría… o tal vez sí, no lo sabría porque ese mismo día me largaría y evitaría matar a Letzinger. Yo no podía cargar con el peso de una mano frívola manchada de sangre. Era un hombre de Dios, no tenía razón alguna para quitar la vida a otro humano. Era, era un capricho, así era como lo veía. Me estaban utilizando para llevar a cabo un asesinato. Y ni siquiera tenía razón alguna para hacerlo.
Tenía la posibilidad de escoger y ya lo había hecho. Aquel galeno salvó mi vida. No podría retribuírselo nunca y en ese entonces lo iba a dejar solo con una mujer catatónica.

Sí… eso pensaba en aquel momento. Estaba incluso pensando como alejarme, en qué medio huiría de la ciudad. Pero no, debía quedarme porque el destino quería que viera a aquél hombre sufrir.


domingo, 2 de junio de 2013

VI

Retomaré lo que rememore antes de la muerte de Letzinger.
Una vez que yo había regresado al presente, y sufrido “El retorno” Van Helsing volvió a recostarme en la cama. Humedeció algunos trapos con agua que tenía guardada y me enjugó la frente. El alba apenas despuntaba y penetraba por la ventana de la habitación. Unos golpes apenas perceptibles hacían eco en la habitación. Van Helsing se dirigió a la puerta y la abrió apenas un poco. Alcance a ver instantáneamente de la cara de la casera, asustada. Van Helsing la tranquilizo diciendo que los gritos provenían tan sólo de una pesadilla, producto de la ingesta del alcohol del día pasado. Una vez que la mujer se había ido, Van Helsing tomó la rosa del picaporte y la lanzó a la mesa.
-¿Qué santos significa eso de “te darán caza”?- me incorporé en la cama, aún con la sensación de cenizas en el tracto digestivo.
-Pues, así de simple- empezó a alejarse de la puerta y a dirigirse a la pared más alejada de mí mientras en su rostro, una mueca de temor se mostraba.
-Hazme el favor de hablar todo lo que sepas. Contéstame ¿Corro peligro alguno? ¿Qué quieren de mi?-
-Pues…- y se alejo a uno de sus baúles, se volteó y agachó, rebuscando entre sus pertenencias.
-¡Habla! ¡No te escudes en buscar!- Me senté en la cama, el trapo de mi frente cayó sobre mis piernas. Me sentí mareado por el súbito movimiento.
-No estoy huyendo, es que hay algo que necesito que veas- dijo al mismo tiempo que lanzaba algunos libros por los aires.
Me levanté por completo, pensé que a las piernas le fallaría la fuerza pero no, pude mantenerme en pie. Caminé hasta sentarme en la mesa.
-¡Ah! Aquí esta- levantó por encima de su cabeza un libro encuadernado en piel de colores rojizos y en muy mal estado. La pasta estaba agrietada, como si la piel hubiese sido mojada antes de que se la curtieran.
-¿Qué es eso?- Van Helsing colocó el libro en la mesa y comenzó a hojearlo. La luz del sol ya iluminaba un poco más la estancia.
-Un libro de los Van Harker, ellos tenían un poder casi ilimitado en lo que comprende una parte amplia de Europa central. Originariamente, era una familia que había emigrado de una región allende en el norte. No hay dato alguno de su origen exacto, ni siquiera de cuáles son sus antepasados directos. Por lo que se relata aquí, son uniones de familias bretones… pero no hay más, hasta ahí empiezan-.
<De generación en generación, los apellidos fueron modificándose, por los “préstamos lingüísticos” de las regiones y también por la gramática. Al final quedaron “Van Harker”, pero, no solo por las modificaciones y posteriores ingresos de nuevos integrantes a la familia por casamientos. El cambio fue dándose también por que comenzaron a destacar entre los negocios>.
<Mencioné que hubo casamientos por parte de algunos integrantes, empero, estas bodas no fueron producto de un noviazgo consentido por parte de los progenitores. Varias uniones maritales  -si no es que todas- fueron producto de ambiciones expansionistas en el terreno de la economía>
<Lo que se conoce como estirpe “Van Harker” comienza hace unos 388 años. Durante 50 años no son esta estirpe, son una nueva que nace bajo la protección de una mayor casa. Los primeros Van Harker son la unión, por primera vez en su historia sin intervención paternal, de Jack y Serena. Estos dos se alejaron de sus familias con el fin de buscar una identidad propia con la cual ser distinguidos.>
<El matrimonio dio fruto a siete hijos, cuatro hombres y tres mujeres. No son de importancia, algunos de ellos murieron cuando apenas contaban con unos meses de edad. De los siete vástagos, tan solo un varón y una fémina sobrevivieron hasta la edad casadera. El joven, Heinrich, huyo de su país a los 16 años cuando había matado a algunos caballeros que él mismo durante sus noches de juerga>.
-¿Y la joven? ¿Qué paso con ella?- pregunté. Ya el sol, alimentaba con su luz nuestras pupilas y permitía que viéramos sin necesidad alguna de las velas.
-Legtia (ese es su nombre) quedó preñada a los quince por una violación de un cura. El cura fue asesinado por el padre de Legtia, pero esa parte de la historia esta tergiversada. Parece ser que durante una confesión que el pastor hacía, pero nunca fue del todo investigado por las autoridades. Había cosas más importantes que atender, como visitas de entes aristócratas.
<Luego del parto se acogió a “una niña de piel que recuerda a la madera que el ebanista talla y pule; preciosa y de unos ojos que encantaban a quien fuera que los observara”- Leyó Van Helsing –Esta pequeña tuvo el nombre de una flor, Lis, y fue acogida como una pequeña que había sido abandonada entre las calles de una ciudad perdida entre el tiempo y las montañas>
-¿Y Legtia?-
-Murió envenenada por la madre. Era la deshonra para esa casta que apenas se forjaba-.
<Supondrás que no era para menos, esta estirpe quería sobresalir, no importando que pasara o por quienes tenían que pasar para completar sus logros. Un claro recuerdo de su anterior estirpe>.
<Regresando a Lis… Pasó el tiempo, la niña tenía rasgos de la familia, no fue difícil ocultar el predicamento por el que Jack y Serena pasaron. Legtia, se decía, que se había suicidado por un amor no correspondido… algo un tanto inaceptable para la época, pues aún los matrimonios se arreglaban>.
-Lis… ¿qué sucedió después?-
-Pues, tuvo una vida normal. Considerada por muchos como la hija de los Van Harker, y la única con su legado, emprendió a instruirse como futura madre y ama de casa. No falto quien quisiera ser su pretendiente, ella misma sabía que poseía una belleza inconmensurable, como podemos apreciar en este retrato- Tomó el libro entre sus manos, lo miró por un instante más y me lo dio. En una página había un retrato apenas del tamaño de la hoja del libro, y sin embargo, con los suficientes detalles para apreciarlo aún a pesar del tiempo. Un retrato que tomaba desde el rostro hasta parte de lo que era su pecho estaba impecable, quizá una fisura en el papel, producto del manejo del libro. Se veía un rostro de autosuficiencia, nada parecido a como tendría que verse una mujer –delgada, pálida, falta de carisma-; se percibía vitalidad, finura en sus movimientos y firmeza. Parecía que en sus ojos casi se podían leer sus metas. Me sentí atraído de esos ojos tan profundos, enérgicos… y esos labios…
-¿Qué pasó con ella? ¿Cuándo murió? –
-Ahí es donde comienza lo interesante…-
*Toc* *toc* *toc*
-Pero primero, tenemos que desayunar. En el transcurso te lo contaré- Van Helsing se levantó de nuevo y se dirigió a la puerta. La abrió y dos jóvenes –posiblemente hijas de los posaderos- con charolas plateadas ingresaron, dejaron los alimentos en la mesa -pude observar como una de ellas me sonreía dulcemente- y se retiraban con la misma elegancia.
-Hermosas jóvenes, sin duda alguna- comentó Van Helsing –bueno, toma la que más te agrade-.
Ambas charolas poseían lo mismo: una sopa caliente, un pedazo de res, pan y una copa de vino con un vaso de agua. Nos sentamos y disfrutamos de los alimentos sin mucha ceremonia.
-Se sintió atraída por los estudios, devoraba libros a un ritmo exorbitante, leyó todos y cada uno de los empastados de la biblioteca de su padre al menos un par de ocasiones. No eran muchos tampoco… pero digamos que leer una centena de libros varias veces es algo extraordinario… lamentablemente apenas y nosotros leemos un par de publicaciones por vida-
<Cuando estaba por cumplir los diecisiete y aún sin alguien con quien desposarse fue raptada por un grupo de sus pretendientes despechados. Se resistió durante largo y su nana la había cuidado hasta, literalmente, la muerte>
<Dejaron el pueblo, la ocultaron entre mercancías que llevaban a los puertos de la próxima ciudad, no pararon hasta que la noche cayó y el ulular de los búhos era la sinfonía del momento>
-¿pero por qué había declinado las propuestas de esos caballeros?-
-¿Caballeros? Querrás decir “Bestias”. Esas personas no eran caballeros. Algunos de ellos se habían aposentado entre la clase alta de la época a partir de mentiras y embustes. Uno de ellos fue un mayordomo hasta antes de que embustiera a su ama y la matara envenenándola. No, no eran caballeros y mucho menos cuando te cuente lo que le hicieron-.
Uno no está acostumbrado a escuchar atrocidades y mucho menos contra una dama.
<La sacaron de entre las mercancías. Cuando la posaron en el asiento del carruaje, notaron que ella tenía la piel del rostro totalmente quebrada por el llanto. No se inmutaron por ello. Aumento su lascivia y perversión. La desnudaron con un cuchillo y entre todos fornicaron con la joven. El ulular era acompañado por un nuevo sonido. Gritaba, imploraba a Dios, a alguien que le ayudara, que la salvara de aquellas insaciables monstruosidades. Ellos tocaban, penetraban su ya nada virginal cuerpo, lamían todo cuanto podía, se excitaban y descargaban sus frustraciones en todo su cuerpo>
<Cuando pareció que todos se hubieron satisfecho, uno de ellos tuvo la idea de torturarla, mancillar todo el cuerpo, destrozar por completo la ya frágil mente de la joven. Los deseos sexuales habían quedado atrás, seguía la vejación carnal>
<Tomaron cuchillos y cortaron los pezones erectos, la llevaron a un riachuelo cercano y la ahogaron incontables veces, golpearon con rabia todo el soma, mordieron con saña la carne firme y suave, escupieron en la cara y dentro de la boca. La hicieron gritar hasta que las cuerdas vocales se rompieron. La amordazaron y amarraron en lo alto de un árbol, una vez ahí, la picotearon con ramas largas, atravesandola hasta provocarle heridas profundas y perforaciones. Al final, la bajaron, recostaron en el suelo y la cubrieron con carne putrefacta de unos cerdos que habían matado cinco días antes. Huyeron sin consternación alguna riéndose y vanagloriándose por sus acciones. En algún lugar del páramo había muerto una doncella y nacido un monstruo>.
-¿Dónde conseguiste toda esa información? ¿Quién lo redactó?-
-Un tal B. Odeim lo escribió antes de haber sido asesinado por un padre-
-¿Un padre? ¿Hombre de familia?-
-No, un clérigo-
-¿cómo? ¿Qué paso con Lis? ¿La encontraron?-
-¿Qué te hace pensar que murió?-
-No creo que… haya sobrevivido a eso-
-Tampoco creerías que una persona fuera despanzurrada, tome sus órganos y corra a la seguridad de su casa para morir después ¿o me equivoco?-
Simplemente me quedé callado. No tenía la respuesta a ello.
-Lo que sucedió entre el periodo que falleció y los asesinatos de todos esos hombres es una incógnita. La familia de Lis estaba devastada. La “madre” entro en un estado catatónico mientras que el padre buscaba la manera de llevar a esos seres tan despreciables al patíbulo. No se podía hacer algo, todos pertenecían a rangos altos de la nobleza. Y carecía de pruebas. Aunque hubiera algo que los inculpara, no se hubiera podido hacer apenas nada por…-
La puerta sonó repentinamente. Van Helsing se levantó y se acercó a la puerta. La abrió y fue lanzado con fuerza hacia el suelo.
Había una mujer con el brazo estirado y con el puño cerrado. Sonreía maléficamente.
-Al fin te hallo. No me imagino lo que tuvo que pasar mi hermana para haber ocultado tu esencia durante tanto tiempo. Bueno, Von Strauss, es hora de que mueras-. Y se dirigió prontamente a mi cuello con sus manos por delante. Sentía la opresión también en mi cabeza, estaba mareado. Inútilmente traté de mover mis brazos, en su movimiento al momento de tumbarme hincó sus rodillas en mis brazos. Intenté toser pero solo me ahogaba más. No deseaba morir, pero ya estaba anticipándome a hacerlo.
Acercó su boca al oído izquierdo y susurró “cómo deseo succionar cada gota de tu elíxir, secarte por completo. Ah, salivo con la simple idea, pero no alcanzaría mi satisfacción. O al menos no la que busco. Quizá deje añejándola, o…” Un tenedor se le clavaba en la sien libre, por la piel le corría un líquido azul oscuro. Gruñó de dolor y quitó una de sus manos de mi cuello.
-Mírame, soy el hombre de Dios, aquel que camina en la senda de la luz. Ven aquí para que tu alma se purifique- alcancé a ver a Van Helsing levantado, con los brazos abiertos y con un cuchillo en cada mano.
-¡¿qué clase de sartas infantiles acabas de decir?!-
-Deja de blasfemar, ven aquí, alma perdida y contempla a Dios a los ojos y persi…-
-Cállate idiota- y saltó hacia él. Llevé mis manos a la garganta por puro reflejo. Me giré sobre mí y me hinqué.
La mujer trataba de rasguñar a Van Helsing mientras el ofendía con los cuchillos. El tenedor le cayó de la frente en uno de tantos movimientos.
-Sea en el hombre de aquel que habla por medio de las plantas que no se carboniza, que todo cuanto sea…-
-Oh vamos ¿de verdad crees que eso me detendrá?-
-¡Van Helsing! ¿Qué hago?- tosí y dejé un esputo con sangre en la alfombra. Me limpié con la ropa y alcé la cabeza.
-¿Tu qué crees? ¡MÁTALA!- por fin una mano le arañaba la mejilla a Van Helsing. Trastabilló y cayó con un sórdido estruendo. Las armas salieron volando lejos de las manos de mi mentor.
-¡Ey! A mí es al que querías localizar. Tú…-
-Milnid- Se irguió tan alta como era. Había altanería en su mirada. Y una roja iris expresaba sus sentimientos. El otro ojo no estaba.
-Muy bien, Mademoiselle Milnid…-
-Oh, déjate de etiquetas. Mi cuerpo fue mancillado hace tres décadas. Me despedazaron el alma y la decencia. Me llevaron a los chiqueros y fornicaron-
-… Lo siento-
-¿Y tú por qué? ¡ESTÚPIDO! ¿Acaso te burlas?-
-No, yo no me…-
-Cómo es que ella posó los ojos en ti- Hizo un movimiento con la cabeza de negación y saltó sobre la mesa que se interponía entre ambos. Volvió a erguirse y me contempló indefenso.
-Ah…- suspiró –como disfrutaré esto. No tuvo la fuerza- por el rabillo del ojo alcanzaba a ver que Van Helsing se movía lentamente a su equipaje –para, bueno, hacer tronar tu cuello-
-Bueno. Ya que has vencido dime ¿Quién eres?-
-Milnid ¿eso no te basta?-
-No, lo siento pero no- Me levanté y traté de encararla pero sus ojos me asqueaban, entonces centré la atención entre las cejas -¿Cuál es tu historia? Y aún más importante ¿yo que tengo que ver contigo? ¿De dónde nos conocemos?-
-Oh, tu no me conoces, eso es lo excitante- Bajó de la mesa de un salto y se acercaba a mí. Cada paso que daba, cada paso que yo retrocedía. En unos cuantos mi espalda chocaría contra la pared y ya no podría hacerlo, estaría encima de mí –No, no creo que deba darte detalle alguno- En un respingo ya la tenía tan cerca que juraría que podría haber probado sus labios -¿De qué serviría si vas a morir? Te prometo que será lo menos doloroso para ti-.
-Yo no prometo lo mismo- Van Helsing se posó tras la mujer y le tomó la cabellera, la jaló y tiró de súbito en el piso. Se sentó encima de ella con los brazos inmovilizados por su propio peso. Milnid tenía una cara de leve sorpresa.
-Bien, bien ¿y ahora? ¿Me sacarán cuanta información les sea posible? ¿Cómo planean hacerlo? ¿Lastimándome? observen- Tensó los dedos y los desacomodó de su posición normal. Se escuchó el crujir del rozar de los huesos y… el romper de las venas. Las partes posteriores de las manos se hincharon y ennegrecieron por un líquido que no era sangre.
-Creo que no les resultara la tortura- sonrió con autosuficiencia.
-Oh, Mademoiselle, eso es tan denigrante- Van Helsing trató de utilizar un tono apremiante- Le propongo algo mejor. Liberemos su alma de su tormento sin necesidad de recurrir a la violencia-.
-¿Qué peor tormento que estar muerta en vida? No. Yo estoy bien, ya estoy bien. Vagué por la luz en busca de muchas cosas pero ¿Qué creen ustedes? Que en la oscuridad es donde puedes hallar todo y donde nada te detiene. Te oculta los horrores, no permite ver el sufrimiento-
-Ignorancia es lo que tienes- le acusó Van Helsing.
-Llámele como quiera, no me importa ni su opinión ni la de nadie más. Sí, he vagado en la “Ignorancia” pero he estado feliz sin temer a las consecuencias. Puedo, finalmente, sonreír…-
-Cállate- acto seguido, mi mentor le hacía engullir una hostia sagrada –y dinos qué haces aquí-
La dama escupió el pan sagrado y contestó. De la boca le salía humo por la quemazón que le había provocado la ingesta.
-¿No fue obvio? Vine a matar a esa escoria- giró su rostro para verme y escupió. Los ojos seguían provocándome náuseas y contracciones.
-¿Quién te envió para ello?- le pregunté mientras me agachaba a tomar un cuchillo del suelo y evitar su mirada.
-Nadie, no tendría por qué recibir órdenes de alguien-
-¿Cómo me hallaste? ¿Por qué asesinarme?-
-Primero, por simple gusto. Piénsalo un instante, un trofeo debe de tener algún valor y que mejor que el esfuerzo para servir de motivación. Intentaría colgar tu cabeza en mi pared pero se pudriría y no serviría ni siquiera como motivo decorativo solo tengo el disfrute de romper tu cuello. Una verdadera desgracia sin lugar a dudas ¿qué se le va a hacer? Segundo, no tiene sentido que vivas. Tú no tienes por qué vivir. Quizá ella te haya salvado pero no hay razón alguna para dejar que sigas respirando. Eres un Von-Strauss y como tal, debes fenecer, perro-
Van Helsing trataba de no ceder ni un instante a los movimientos de Milnid pero se retorcía. En una que otra ocasión dislocó sus hombros tratar de zafarse y culminar su tarea.
-¿Qué le hiciste a los posaderos? ¿Acaso no te notaron?-
-¿Que si me notaron? Lo hicieron. No tengo por qué ocultarme ante las alimañas humanas. Ah… disfruté tanto de su sangre. Rancia la del viejo, insípida la de la mujer, pero la de las dos hijas, esa fue diferente. Dulce, enloquecedora al olfato, un elíxir. Por cierto, las tripas están regadas allá abajo, me pareció efímero dejarlo así-.
-Suficiente, no colaboras-
-¡Ja! No iba a hacerlo- y lanzó a Van Helsing para quitárselo de encima. Volvió a colocar en su lugar las articulaciones dislocadas y fue directamente hacia mí. Tomé el cuchillo con ambas manos sin exactamente saber qué hacer con él. Por gracia quizá divina, me resbalé cuando ella arremetía, cayendo encima de mí. Tuve su rostro a poco del mío en un instante. Sus ojos se abrieron cuanto le era posible. En el pecho corría un líquido caliente que me humedecía la ropa. Una de sus manos trató de agarrarme el rostro y acercarme a ella. Solo consiguió acariciarlo y arañarme levemente.
La hice a un lado, cayendo recostada, llevó sus manos al pecho donde se le había clavado casi por completo el cuchillo. Escupió un poco de un líquido negro y viscoso y trató de hablar:
-No creas que soy la única buscando tu cabeza, hay más-
-¿Cuántos más?- le espetó Van Helsing
-Eso le quitaría lo divertido ¿no? Recuérdala, ella aún no te olvida- sonrío y carcajeó un poco antes de ahogarse.
Me hinqué. Me sentía extraño. Tenía algo de ese líquido en las manos temblorosas que me veía como si nunca hubiera prestado atención en ellas. Van Helsing las limpió con un pañuelo que posteriormente tiró al fuego encendido.
-Tenemos que irnos, levántate Montressor-
-Los posaderos…- los recordé y tan solo me imagine la escena que habría debajo de nosotros. El vestíbulo ensangrentado y de intestinos esparcidos decorando, y… el olor. Qué repulsivo tendría que ser.
-No creo que podamos hacer algo. Huye. A donde sea pero huye-.
Tomé las pocas cosas que tenía y me dirigí a la estación ferroviaria más cercana mientras Van Helsing iba en la dirección contraria a la mía. Desconozco el lugar al que había llegado, solo que creía estar seguro.
Por si las dudas, pensaba huir de ahí para que, si algo o alguien me buscaba, no me rastrease con tanta facilidad. Fue cuando me atacó la gitana y mi estancia se prolongó hasta la muerte de Letzinger.
Me preocupaba que Milnid no hubiera fenecido pero Van Helsing incendió el lugar después de pedir paz a todos los que estaban, ya estuvieran vivos o muertos.
Aún cada noche en la quietud y somnolencia, escucho los gritos de adultos y niños.


sábado, 4 de mayo de 2013

V


Pasaron algunos días para mi recuperación, en los que conocí a los Voynich. Letzinger había huido de sus tierras natales para vivir una vida tranquila en la parte central del continente, su esposa, era la mujer con quien había jurado vivir su vida desde que apenas eran unos niños. Ambos estudiaron, Letzinger en la universidad con los mejores catedráticos de aquel entonces, Michelle era la aprendiz de Letzinger. Desgraciadamente, ella no podía asistir a los colegios, no tanto por el género si no por el hecho de que era de una religión muy distinta. Por aquel entonces en que Letzinger devoraba libros, la universidad aún era un lugar en el que, sin medida alguna, se discriminaba por las creencias de las personas. Letzinger, se había compadecido por la situación de su amada y decidió ayudarle a superarse personalmente.
Una vez que ambos habían concluido sus estudios, huyeron en busca de mejores lindes donde pudieran pasar el tiempo juntos.
-Interesante historia, de verdad que las personas no tienen límites cuando de buscar culpables se trata- era una tarde muy tranquila, la comida que había preparado Michelle estaba suculenta. Un lechón bañado en una deliciosa receta que era el legado del parentesco de ella.
-Parte de la razón de por qué habíamos huido se debe a que, no hace mucho, se desató una enfermedad desconocida que asoló, primero a los niños para después proseguir contra los demás. No había respuesta de lo que estaba matando a los niños… Nos llevaban infantes cada día, y en proporciones numéricas que nunca habíamos creído. Letzinger y Yo, no éramos los únicos médicos de ahí. Al menos recuerdo que había unos seis o siete más que atendían en sus hogares, y ni hablar de los sanatorios que nunca pudieron abastecerse ante la demanda- Michelle suspiró y tomó un poco de agua.
-De hecho, muchos optaron por intentar curar a los enfermos en sus casas. Supongo que el cura debió de estar ocupado todo ese lapso de tiempo. Con decirte, Alhemdeit, que se enviaron a varios pastores para intentar dar consuelo a los dolientes. Las calles pronto se llenaron de personas enfermas que caminaban sin rumbo fijo- Letzinger volteó a ver a Michelle quien cortaba la carne de su platillo y después continuó -Transitaban personas purulentas, cubiertas por el pudor y la agonía que sentían en todo su cuerpo, siempre enmascarados y ocultando los pedazos sin carne de su cuerpo-.
-Al poco tiempo- le interrumpió Michelle -los curas llamaron a que todos se congregaran en  la iglesia para rezar y buscar el perdón de Dios por las ofensas que hubiesen hecho para recibir tal castigo. Las mujeres y hombres oraban con tanta devoción que dolían los oídos. Día y noche, ensimismados en sus ofrendas y eucaristías-.
Volvió a tomar la palabra Letzinger -Una tarde, tras mucho meditar en la parroquia y a puertas cerradas, culparon a los médicos y a sus ayudantes por la enfermedad. Habían dicho “¿Quién si no los matasanos se creen dioses jugando al azar con nuestras vidas?”-
<<Al parecer, los monaguillos habían colocado infusiones de drogas en el incienso, esto aunado al alcohol del vino, creó una potente abducción en las mentes trastocadas de los feligreses. Tomaron cuantos implementos de trabajo de campo pudieron y atacaron los sanatorios aún con enfermos en su interior mientras gritaban “Los enfermos están tocados por la malicia del diablo, ellos deben de purgarse con el infierno en la tierra”. Tomaron antorchas, las encendieron y lanzaron por sobre los muros, por las ventanas se podían observar a muchos enfermos luchar contra las llamas, pidiendo auxilio. No faltó quien se lanzara contra la acera y se esparciera>>.
-La ciencia, si no está al servicio de Dios, no es una virtud- sentenció una Michelle que guardaba rencor en lo recóndito de su pecho.
-Como sea, una vez incendiados y escuchando a las personas quemándose, el “rebaño” se tomó de las manos y rezó ególatramente, pidiendo por el perón de las acciones, y esperanzados en que lo que hacían estaba completamente de acuerdo con lo que una deidad les hubiera ordenado-.
-¡Dios! Me cuesta creer que haya gente así-
-No, Montressor, no estaban conscientes de sus acciones. Estaban poseídos y no por demonios o por revelaciones mesiánicas. Estaban poseídas por acciones humanas, las más despiadadas de las que se tiene noción-
-No lo puedo ni siquiera pensar, no me resulta razonable que los curas lo hayan hecho. Soy un hombre de Dios y eso… esto… es totalmente confuso-.
-Bueno… no todos son iguales, sólo hay personas que conocen de los beneficios propios y dudarían en utilizar su poder para ayudar a los demás- Sentenció Michelle.
-Pero bueno… si de algo estoy seguro a esta edad es que algunas veces, lo que se nos dicta por cánones ajenos a nosotros pero que consideramos como tales no son ni la solución ni las opciones para manejar una vida. Son normas impuestas que, algunas veces y sin motivo aparente para los demás, debemos escoger aún cuando la decisión no parezca la mejor- Dijo Voynich con un dejo amargo en su voz y entrelazando los cubiertos, finalizando con la hora de la comida.


domingo, 10 de marzo de 2013

IV


-…feneció con dolor en el corazón… ¡dejen de ver mi dolor y hagan algo!- entre la oscuridad onírica era imposible dar con los orígenes de las voces que se entremezclaban formando una cacofonía de lamentos –Montressor, ellos ya no pueden amar, se les negó en un cuanto abandonaron… y si alguna vez lo llegaron a efectuar, lo penaron, lo sufrieron, pero escucha, el amor, simplemente es un capricho… Vendrán por ti, buscando saciarse… Es un gusto conocerle, por casa llevo Van Harker y siempre me lleve…-
-Señorita, venga, parece que está despertando-.
Luz, una pequeña franja de luz me impactó de lleno en el ojo.
-¿Qué necesita?- unos pasos delicados ingresaron, se oían con fuerza por la madera del piso que alcanzaba a percibir.
-Enjuague con agua fría la frente… está despertando, tan solo faltan unos momentos y ya estará listo… ¡Sosténgale la cabeza! ¡No, los hombros mejor! Creí que duraría aún más el efecto-.
A cada momento, me hacía más y más consciente de lo que ocurría alrededor mío, pero no podía abrir los ojos, una venda firmemente me cerraba los párpados. Un dolor punzante se alojaba en mi pecho.
-¿Cuánto más falta? Se mueve mucho-
-Solo un poco… ya está. Traiga unas copas y la botella al instante. Buen día extranjero, Quelle langue parlez-vous?-.
-Excuse moi? Le entiendo perfectamente ambos idiomas, pero preferiría conversar en este- le contesté.
-Très bien. Como usted guste. Podría decirme qué hacía usted acostado en plena plaza a altas horas de la noche y con una hemorragia… Oh, disculpe, creo que debiera de presentarme antes…-
-No hay problema, por el momento no es de importancia, y, créame que le daría la mano si pudiera ver ¿es acaso necesaria la venda?- y me señale la parte media de la cabeza.
-Uno no puede darse el lujo de correr riesgos innecesarios en estos días ¿no lo cree?-
-Sí… pero no me parece muy correcto que usted ingrese alguien a su hogar, le salve la vida y usted tome medidas contra esta persona ¿Le tengo que recordar que fui traído sin mi consentimiento? Y no solo eso ¿qué daño podría hacerle un moribundo?-
-¿Entonces quería morir allá afuera con una hemorragia que le tomaría tan solo unas horas en drenarle la vida por completo?-
-No, no. Nada de eso, es que… me siento aprisionado de esta manera-
-Aquí esta lo que me pidió- la voz de la mujer volvió a ser percibida por mis oídos, al igual que su raudo caminar.
-Muchas gracias mi vida, por favor deposítalas en la mesa y limpia un poco para que nuestro invitado se sienta a gusto-
-Como gustes-
-Ah sí… que me estaba contando cómo es que terminó tumbado en medio de la fría noche-.
-No le contaré, pero le propongo un trato. Usted me quita la venda, yo le prometo no causarle estragos en su casa y los tres tomamos un poco-.
-Mmm… palsambleu- y se acerco a mi nuca.
-Gracias. Le aseguro que no corre peligro alguno al hacer esto-.
Sentía como mi visión era lentamente liberada. Una vez libre, sentí la luz impregnándome los ojos con fuerza. Pestañee para aclimatarme a la iluminación. Una vez hecho esto vi a mi derecha y observé a un señor con cabello rubio y lentes enfundado en ropa blanca, más allá en el fondo, una mujer joven nos daba la espalda y se agachaba a recoger algunas cosas.
-Ahora bien, creo que ya podemos presentarnos como es debido-
-Sí… Bueno, soy Alhemdeit de la familia de los Von Strauss-.
-El gusto es todo mío, me nombran por “Médico, salve a mi hija” pero prefiero el mote de Voynich. Letzinger Voynich- y tendió su mano hacia mí.
Quedé un instante dubitativo, intentando recapacitar algo, alguna reminiscencia.
-Tanto el gusto es para mí también-.
-Esta joven es mi prometida Michelle Voynich, mi esposa-.